Parafraseando aquella popular canción del verano, que vacilaba con Madrid, capital de Europa, que ganaba Ligas y ganaba Copas pero carecía de costa, en Arrecife sí hay playa. Y sin duda, de un tiempo a esta parte, también hay ...
Parafraseando aquella popular canción del verano, que vacilaba con Madrid, capital de Europa, que ganaba Ligas y ganaba Copas pero carecía de costa, en Arrecife sí hay playa. Y sin duda, de un tiempo a esta parte, también hay vallas, vaya, vaya.
Resultó admirable el empuje con el que arrancó el nuevo alcalde Reguera su etapa al frente del Ayuntamiento, quizá para hacerse perdonar un más que cuestionable acceso al poder, con el voto de dos imputados por corrupción, que acabaron siendo cuatro.
Las notas de prensa y los anuncios de obras y proyectos se sucedían en aquellos primeros días como balas de una ametralladora. El derribo de las naves de la Rocar, la puesta en marcha de la zona recreativa del Islote de la Fermina, el cierre de la escombrera, la dinamización de los centros socioculturales, la colocación de la escultura de Manrique en la rontonda del Gran Hotel...
Pero hoy, vaya, vaya, sólo vemos vallas. Como la que cierra el acceso a la lengua de tierra que quiso ser centro turístico de Arrecife; como la que impide la entrada en el Francés salvo a marginados sociales, toxicómanos y sin papeles, para quienes no hay murallas lo bastante altas.
El boquete que abrió con premura y flashes de prensa el alcalde para colocar Barlovento sigue mostrando las entrañas de la tierra y creando una enorme confusión en esa zona caliente del tráfico de Arrecife. Y en este caso, nadie se explica la razón de la tardanza en devolver el orden a la avenida y la escultura al espacio público, para el que fue concebida.
Y esto es sólo lo que se ve. Lo que no se ve o sólo detectan unos pocos se reparte por los barrios, donde sus sufridos habitantes han aprendido a caminar sin aceras, a sortear obstáculos con los carros de bebé y a trasladar las bolsas de basura tres calles más allá. Los más sensibilizados, incluso, cargan el vidrio, el papel y los recipientes en el coche, para repartir por contenedores cuando van al centro.
Hace más de dos meses, un edificio de mi zona, no sé si viejo o antiguo, si abandonado o protegido, dejó escapar fragmentos de su desdentada cornisa. Rápidamente aparecieron los operarios municipales con sus vallas, vaya, vaya. Ocuparon la totalidad de la acera frente al inmueble y resolvieron el problema. Nadie resultaría herido por un bloque volandero cualquier día de viento. Porque nadie pasaría por allí.
Avanzan las semanas y nadie ha vuelto a acercarse a comprobar el estado de la fachada, a consolidar la debilitada balconada de yeso, a prevenir nuevas situaciones de peligro. Para eso están las vallas. Y nosotros, los vecinos, nuevamente atracados en nuestro derecho al espacio público, cruzamos de acera y volvemos a cruzar.