Por un plan estratégico basado en la sostenibilidad

Pablo Muzás
3 de diciembre de 2019 (14:42 CET)

Lanzarote parece haber alcanzado un momento de oportunidad, fruto del consenso entre dos realidades políticas antaño irreconciliables, que le permite poder plantearse objetivos más ambiciosos, superando la política de corto plazo y navajazo fácil  que ha caracterizado a la inacción cabildicia de los últimos diez años.

Vivimos en una isla que en distintos momentos de su historia ha sido puntera en diferentes ámbitos y que tiene los mimbres para volver a serlo. La impronta de César Manrique está en la mente de todos nosotros y marca un rumbo que parece insoslayable de respeto al medio natural y de apuesta por la autenticidad basada en el arte y el diseño. A su genialidad se unió la visión y determinación de la clase política de entonces, personificada en José Ramírez Cerdá a finales de los sesenta y principios de los 70.

En los años ochenta, la isla era el lugar elegido de visita para importantes personalidades internacionales, dada su especial atmósfera y singularidad, junto a una reducida pero cuidada infraestructura turística. Finalizando los ochenta y a principios de los años 90 se abordó un proceso de contención del territorio del que ahora nos beneficiamos, lo que resulta fácil de verificar si nos comparamos sin ir más lejos con la densidad poblacional, de tráfico y construcción de otras islas cercanas. En 1993, la isla lograba el título de Reserva de la Biosfera.

Se trata indudablemente de hitos muy importantes pero que nunca han tenido la continuidad necesaria, perjudicados por el revanchismo, la miopía y el servilismo de la clase política.

Quizá los esfuerzos de contención no se vieron acompañados de una estrategia que impulsara definitivamente la acción política hacia un modelo de progreso. Lo intentó Manuela Armas en 2008, no logrando hacer entender en qué consistía su Plan de Desarrollo Lanzarote Sostenible e inmersa en un clima político adverso. 

Paradójicamente, la  isla cuenta con el activo más importante, la indudable sensibilidad medioambiental de una parte muy importante de la población, que quedó patente en las distintas manifestaciones históricas en defensa del territorio y en contra del petróleo, o incluso en la actualidad con el rotundo éxito de afluencia a los distintos actos del centenario organizados por la Fundación César Manrique.

No nos falta, por tanto, ni convicción ni rumbo para poder acertar con un modelo de desarrollo exitoso para Lanzarote.  Esta sensibilidad popular no ha venido acompañada por la clase política, que durante demasiados años ha sido el muro de contención a las oportunidades que nos brinda un modelo de desarrollo que es natural para nuestra sociedad local.

La idea de que la sostenibilidad es cosa de izquierdas la desmiente el exitoso caso de Vitoria, mi ciudad natal, donde se produjo el fenómeno exactamente opuesto al que experimentamos a nivel insular. Allí, fue la clase política la que tuvo que convencer a la recelosa población de la bondad del modelo a seguir, desde la incomprensión inicial hasta el reconocimiento general con el paso de los años. José Ángel Cuerda (PNV) fue el visionario cuya receta, basada en una ciudad que prima los servicios para el ciudadano y respetuosa con el medio ambiente, fue seguida por todos los partidos políticos que le sucedieron en el poder (PSOE, PP) a lo largo de los años. Este esfuerzo colectivo logró que Vitoria fuera nombrada en 2012 Capital Verde Europea, siendo ese posicionamiento hoy en día orgullosamente compartido tanto por la población como por todas las fuerzas políticas.

Históricamente, la ortodoxia económica y empresarial nos ha hecho creer que el ecologismo está reñido con el desarrollo económico, si bien existen múltiples casos  de éxito a nivel europeo que demuestran que la transformación del tejido económico hacia un modelo sostenible trae aparejado el bienestar y el progreso económico de sus habitantes. El caso de Copenhage y otras capitales nórdicas es especialmente representativo en este sentido. Allí pueden visibilizarse claramente las oportunidades económicas que el viraje de modelo económico ha traído en el campo del transporte urbano, la energía y sus servicios, la agricultura y alimentación orgánica o el turismo sostenible y que serían perfectamente extrapolables a cualquier otra ubicación del sur de Europa.

Un plan estratégico brinda la ocasión para establecer vínculos de conexión con la población y con los distintos sectores económicos, haciéndoles partícipes de la selección de alternativas y la búsqueda de soluciones. Iniciativas como la del Smart Island podrían convertirse en el cuadro de medición del cumplimiento de las variables clave identificadas en dicho plan estratégico.

Desde los tiempos de Adán Martín se echan en falta en Canarias planteamientos estratégicos que tracen objetivos a largo plazo con el fin de movilizar el impulso colectivo.  En aquel caso, los planes perseguían el fomento de la conectividad entre islas para acercar a los ciudadanos de las distintas islas.

En Lanzarote ha llegado la hora de apostar decididamente por un nuevo modelo económico de desarrollo sostenible, máxime en el actual contexto de movilización contra el cambio climático. Un plan estratégico es la herramienta necesaria para fomentar una gestión pública basada en la participación y en la transparencia, que siente las bases para un modelo de economía competitiva y responsable, que sea compatible con la conservación del patrimonio natural y la justicia social.

 

 

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