Dicen que por la boca muere el pez, pero también el político. Y es que las mieles de la democracia no siempre son tan dulces como pueda parecer. Porque las muertes políticas no suelen llegar precisamente por promesas que nunca ...
Dicen que por la boca muere el pez, pero también el político. Y es que las mieles de la democracia no siempre son tan dulces como pueda parecer. Porque las muertes políticas no suelen llegar precisamente por promesas que nunca se cumplen o por declaraciones que hoy son blancas y mañana negras. En realidad, un político empieza a cavar su tumba cuando su discurso no se ajusta al de su partido.
Por eso, a nadie puede sorprenderle el intento de expulsar a Alejandro Díaz del Partido Popular. Una decisión que ya ha sido adoptada oficialmente por el Comité de Derechos y Garantías del PP en Canarias, y que ahora deberá ser, o no, ratificada por Madrid. Y es que criticar el modelo de gestión de tu partido en Lanzarote, o afirmar que te produce "nauseas" la actitud del presidente regional de tu formación, se paga caro. Sobre todo, porque no es casual ni gratuito. Y ningún político, o casi ninguno, se lanza a la piscina y planta cara a su partido porque sí.
En este caso, Alejandro Díaz se la tenía guardada a José Manuel Soria y a los suyos, porque le dejaron como único cabeza de turco tras el descalabro de la "operación venganza" contra Coalición Canaria, que terminó siendo el mayor paso en falso de los populares. Y es que no sólo perdieron la Presidencia del Cabildo, sino también la oportunidad histórica que eso representaba para el PP en Lanzarote.
Por eso, y aunque inicialmente aguantó el tirón, al final no encontró pago a su fidelidad, y decidió romper con ella, arriesgándose a que sucediera, o quizá incluso, buscando, lo que ahora ha sucedido. Porque todos los partidos, sin excepción, castigan la indisciplina. Y en cierta medida, hasta es lógico. Es lógico que el PP no quiera a alguien que critica a voz en grito a sus dirigentes. Es lógico que Coalición Canaria no quisiera en su día a Juan Carlos Becerra y a Pedro de Armas, que declararon una guerra interna al partido. Y también es lógico que el PSOE esté intentando abortar por todos los medios cualquier conato de rebelión.
De hecho, precisamente porque conocen el precio de la indisciplina, algunos socialistas lanzaroteños, y especialmente los de la agrupación local de Arrecife, se están mordiendo y mucho la lengua en las últimas semanas. Unos más que otros, es cierto, pero ni los que más han hablado han dicho todo lo que les hubiera gustado decir. Así que el silencio no significa que las aguas se hayan calmado tras la polémica designación del candidato socialista a la Alcaldía de Arrecife. De hecho, la tensión sigue latente, porque aunque se haya echado mano de una relativa diplomacia, lo cierto es que de puertas para adentro sí ha habido discusiones y encontronazos, y eso también pasa factura. No basta para abrirle a alguien un expediente disciplinario o de expulsión, pero sí puede servir para relegarle al ostracismo. Y eso, según a quién afecte, puede ser el principio del fin.
En el caso de Enrique Pérez Parilla, cuando le llegó el turno de la "renovación" socialista, que en la práctica supuso alejarle del Cabildo y de las listas electorales, echó mano de la prudencia y del saber estar, y hasta participó en los mítines pasando el testigo a Manuel Fajardo, mientras por ejemplo, Segundo Rodríguez, no perdía oportunidad para lanzar dardos envenenados a sus compañeros de partido.
Y ahora que el PSOE está desandando algunos pasos de su camino hacia la renovación y apostando por determinados históricos con peso propio, la actitud que mantuvo Parrilla puede haber sido clave en su regreso a la primera fila. Sin embargo, y por más que mantuviera el tipo en su momento, tampoco se puede ocultar que sus relaciones están más que deterioradas con algunos socialistas, que podrían llegar a saltar si ven ahora algún indicio de revancha o si tienen que encajar más imposiciones de las que han tenido hasta el momento por parte de la Ejecutiva Regional.
De momento, la paciencia está al límite, y será trabajo de las dos partes que la cosa no estalle, porque ahí sí podrían empezar a rodar cabezas. De hecho, más de uno ya figura en la lista negra, y ahora deberán decidir si rompen la baraja, o si aceptan pasar un tiempo relegados y en una segunda línea, con la esperanza de volver reforzados en un futuro. Los ciclos de la política son así, y los más veteranos saben que se puede entrar y salir varias veces del Olimpo y del purgatorio, pero a muy pocos se les permite regresar una vez que han bajado a los infiernos. Para eso, como mínimo, hay que llamarse Gallardón y tener su caudal de votos en Madrid, porque la democracia en los partidos es así.