Hoy es un día importante para todos nosotros. Los últimos días han sido prolijos en revisiones, tertulias, miradas atrás, algunas tendenciosas, otras ingenuas, simplemente recordatorias las mayoría. No sabemos si seremos muchos en viernes santo, pero se anuncian concentraciones, actos conmemorativos, algunos reivindicativos. Se necesitarían millones para poner en aprietos a la Corona. No se nos malinterprete. Juan Carlos y familia son buena gente. Y Leticia, un encanto. Pero esperamos que Leonor no reine más que en el corazón de la mujer o del hombre que ella elija. Harían falta millones votando en unas elecciones municipales. Las próximas podrían valer. Sólo hacen falta programas republicanos claros en algún que otro partido. En más de uno. Y alguna dosis de nostalgia. La nostalgia de un día 14 del 31, en primavera, en el que un pueblo inteligente, hastiado e inteligente, y un rey atento a las noticias sembraron la IIª República en España. Jamás una República nació de una manera tan elegante. La nostalgia en este caso no es personal, es ideológica. Bueno...sí, es personal. Y además estamos en el año Picasso, que no es un coche. Es un encargo. El de la República legítima para la Exposición Universal de París. El Guernica. La sangre. Vengarse de un dictador en ciernes, de un golpista con callejero prolijo. Pero detengamos aquí el calificatulario. Nos pondríamos groseros, soeces. A buen entendedor...
Hoy es un día importante para todos nosotros. No somos muchos, puede que no haya actos conmemorativos, ni aceitunas ni vino de la tierra. Sólo amor por la Cosa Pública, no confundir con la Cosa Nostra, aunque nada más Nuestro que lo Público. Decían unos músicos radicales de los ochenta que "un rey no es rey por voluntad divina, sino porque sus antepasados se lo montaron divinamente". No aplicar necesariamente ni sobre la real familia actual ni sobre mucosas y heridas. No nos mueve el afán de venganza. Sólo justicia. El golpe fue contra la democracia, contra el pueblo. Nuestras madres no pudieron aprender a leer porque había que olvidar primero el hambre. Se destruyó un país. Los postmodernos dirían hoy "se deconstruyó un país" -los postmodernos y Acebes y cía-, para que comer un par de veces a la semana fuera el resultado de la generosidad de las cartillas de racionamiento. El culto a la personalidad siempre se alimentó con el hambre programada y nunca bien saciada de los más.
Hace muy pocas fechas el centenario y más que lúcido Ayala advertía a aquellos que en su afán de defender a la República española no dudan en ver en ella unimaginario de sus nostalgias. No le falta razón. A veces se nos olvida que el periodo 31-36 no fue un camino de rosas y que el golpe de estado del nunca suficientemente denostado caudillo era una prescripción facultativa a plazo casi fijo, fuera quien fuera el caudillo, fuera cual fuera el plazo, el resultado más que esperable dada la coyuntura política contemporánea. Contemporánea del momento. La libertad tenía muy pocos amigos en aquél tiempo y Ayala, centenario pero lúcido en su memoria, casi antepasado propio, se acuerda como otros muchos. Tanto se acuerda que se exilió, como tantos otros a ese territorio de libertad al que hoy oponemos leyes de extranjería. Sigue la libertad sin muchos amigos, léanse los Ratzinger, Wolfovitz, Acebes y cía; pero eran menos aún en el mundo de bloques, el del fascismo y el del comunismo mal entendido. Pretendía la República ser laica. Y lo hacía entre dobermans. Dobermans sin bozal, sin cadenas, a fauces descubiertas. Hoy los enemigos tienen que disimular. La comunidad internacional, el derecho internacional, entelequias como el pantocrator, "vigilan". Ayer la España de entreguerras no podía ser permitida, ni como experimento. Que el pueblo derrocara reyes a través de urnas, sin violencia, no debía ser tolerado. Sentaba peligroso precedente. Hoy tenemos otro aquí mismo, a nuestras puertas. Un pueblo sin estado, malviviendo en desierto prestado, recientemente inundado, con voluntad suficiente para oponer a su miseria la grandeza de un borrador de Constitución democrática, igualitaria, sin discriminación, una administración civil digna y pena de muerte abolida, todo ello sin recurso alguno al terrorismo. Les gusta llamarse República, son árabes y saharauis. Hoy a los no tolerables se les embarga, se les "democratiza", se les niega el derecho a existir, a la fuerza, por su bien, para que crezcan, para que maduren. Ayala tiene razón y la IIª República nació casi póstuma, con menos posibilidades de cuajar en el tiempo que las que tienen Acebes y cía en parecer centristas.
Pero nació
No lo olvidemos. Nació porque hubo quien quiso parirla. Puede que la Historia, a tiempo pasado, descubra la inoportunidad, incluso el error iluso, de movimientos sociales y políticos, pero el valor de la decisión, en cada presente, tomado en sí mismo, no puede ser tasado a finalización de obra. Porque ni la obra ha finalizado necesariamente ni pueden pedirse responsabilidades a un pueblo por expresar sus deseos. España deseó ser republicana y lo fue. Eso es todo. Y si hubiera vivido diez minutos en vez de 5 años, 3 meses y 3 días, el deseo tendría exactamente el mismo valor. Para que el deseo de antaño resucite (él puede porque perdura en la memoria como no puede la carne), para que el deseo renazca, hacen falta dos requisitos: actores principales y un buen guión. El guión ya está escrito, casi se reduce a un título: "Jefes de Estado elegibles; más acá del Juicio de la Historia y de Dios". Los actores, en el peor de los casos, pueden no haber nacido aún, pero también pueden estar aquí ya, incluso lo suficientemente crecidos para adelantar el feliz alumbramiento. No hablemos de siglas. Algunas, autolegitimadas por centenarias, desautorizadas por su pasado, son impracticables; otras más recientes son sólo bozales nuevos. Las pocas verdaderamente dignas son pasto de la división o de fracasados intentos de refundación. Construyamos templos nuevos sin necesidad de ortodoxias, pero hagámoslo. Traigamos a nuestro día la IIIª, elegante, inteligente, sin nostalgia, lúcida, para que luzca.
Pero vayamos terminando
Se dice de la España de hoy que es una República coronada, una ciudadanía republicana que sabe ser agradecida con el hombre Juan Carlos. Se dice de la España de hoy que la Corona fortalece y preserva la unidad que las fuerzas del tiempo y de la actividad política podrían erosionar. Se dice de la España de hoy que camina hacia una estructura verdaderamente federal. No creo, sinceramente, que la Corona ponga ningún obstáculo a lo que los ciudadanos, los municipios, los parlamentos, estipulen. No creo, de ningún modo, que la familia subordine la libertad de todos a su representatividad personal. Más allá de los factores sanguíneos está el poder del menos común de los sentidos; más allá de las razas, de los parentescos y de los derechos históricos. No olvidar la historia no nos obliga a tragar aldabas. Para eso se inventaron los libros, para poder rebautizar las calles por las que transitan nuestras vidas.
Mientras el día llega démonos un pequeño dulce. El de pasear por calles limpias, de nobles nombres, por altas cimas. Exijamos un callejero democrático.