Solo es una pregunta

Ginés Díaz Pallarés
7 de abril de 2020 (17:37 CET)

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A ver, solo es una pregunta. ¿Por qué entregar nuestros datos íntimos a empresas privadas nos importa un carajo y entregarlos al Estado nos asusta? Más aun, ¿por qué pensar que los datos que hemos entregado a las empresas privadas no terminan en las grandes corporaciones y de ahí en los estados? Más aun, ¿cómo se nos ocurre pensar que no están absolutamente intercomunicados?

Los datos nuestros ya están dados. Yo creo que he entregado más de lo aceptable y soy un puto rústico. No tengo internet en el móvil, que además solo lo uso para llamadas. Así que solo entro en internet aquí, cuando desde casa me conecto y aun así, ¿qué no saben de mí? Aquí y en la China.

¿Aceptaríamos como inválida una grabación de vídeo de una manada violando a una chica porque es de una cámara callejera? Qué pensaríamos del juez, ¿que defiende nuestra libertad o que es un puto machista enfermo? Cuando entro medio muerto al hospital, ¿agradecería que sobre la marcha tuvieran todos los datos posibles de mi cuerpo o preferiría que fueran a tientas para proteger mi libertad? Imagínate si en esos casos fueran tus hijxs. ¿Qué hacemos cuando ponemos pulseras de control a personas que salen de las cárceles? A los perros? ¿Qué es el VAR en el fútbol?

Ahora mismo, el común de las personas, es decir, casi todxs nosotrxs, desconocemos el poder de los algoritmos que tratan nuestros datos. Las redes sociales son un ejemplo de hasta dónde se puede llegar, porque damos por sentado que a todxs más o menos nos llega la misma información. Pero tienen datos sobrados ya, para manejar nuestras emociones, sentimientos y hasta pensamientos hacia donde quieran, y además tratándonos a cada uno de forma individual pero llevándonos a una misma nasa.

¿Que esto puede subir de nivel? Pues claro. Todo es perfeccionable. Pero es como si ahora nos amenazaran con una nueva arma y eso hiciera que nos olvidáramos que estamos hasta el culo de armamento nuclear. Luego no sacan tales armas y las nucleares hasta quedan por benignas comparadas con aquel supuesto.

¿Por qué medito? Entre otras cosas, medito horas y horas para saber qué hay de mí que no sepan ellos de mí. Casi el 50% (más o memos, dato no revisado) de movidas en Bolsa las hacen algoritmos especializados que tienen que gestionar en milésimas de segundo qué operaciones hacen y qué no con el dinero. Ya saben, inversiones y esas cosas. Si sabemos que el dinero es lo que más les importa, pues imagínate ahora que nuestro estado emocional son las inversiones y a qué velocidad lo pueden manejar. Unos para un lado otros para otro nos ganan o nos pierden en milésimas de segundo. Así que aquí, ahora somos una moneda valiosa que se disputan. Chinos, americanos, rusos, corporaciones y hasta el súper de abajo si está modernizado. 

Ese es el estado actual de las cosas. Preferiría llevar la discusión a si lo desmontamos, y no hacia si lo aumentamos o no. Pero los algoritmos no me dejan. Y ahora juntarnos a hablar está más complicado porque el miedo crece y crece tanto como las ganas de compartir, pero los algoritmos ya conocen esas ganas de compartir y a velocidad casi de la luz ya están dándonos a cada uno la forma de compartirnos para que su inversión sea positiva. 

La diferencia con los totalitarismos es que a ellos les maneja un algoritmo central. Nosotros tenemos unos cuantos que se nos disputan. Así que de seguir así, la propuesta a pensarse seria: ¿Cómo 'el mundo feliz' es mejor? ¿Con solo uno dándote el güevo o con varios jalando de ti?

Todo esto e infinitamente más saben los algoritmos de cómo opino o pienso o siento. Saben tanto que cada dos por tres me dicen cómo debo meditar y me recuerdan que como lo hago es una chapuza, y me lo recuerdan poniéndome lo mejor de lo mejor en meditación delante de las narices. 

Y esto también saben que lo sé. Porque ya dejaron de darme el güevo. Ahora vienen con otra pero voy a dejarlo correr un rato. Tampoco les preocupo tanto, más bien nada, no tienen emoción pero saben por encima de todo que un millón es un millón de unos. Y tú y yo somos un 1. Que es cualquier cosa menos la unidad. Esa unidad sí que la controlan. El primer comando que se les pone en su funcionamiento es evitar esa unidad, qué hermosa paradoja, hacernos a todos un uno para evitar la unidad.

La marea no sube y baja, la marea va de un lado para otro. Y esto que estoy haciendo es más o menos lo que el algoritmo ha decidido que sea la forma mía por ahora de compartir. Salvo que seas capaz de leer en los espacios que hay entre letra y letra. Es el único que aun no controlan; de hecho, ahora mismo no saben lo que quiero decir con esos espacios inter gramaticales. Ni yo.

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