El romance de la pena

por VICTOR CORCOBA HERRERO Que triste camina el aire cuando no le dejan camino. Las mujeres siguen siendo las grandes ausentes en el andar por el ranking de las mayores fortunas del planeta. Al menos, ...

24 de octubre de 2005 (14:19 CET)

por VICTOR CORCOBA HERRERO

Que triste camina el aire cuando no le dejan camino. Las mujeres siguen siendo las grandes ausentes en el andar por el ranking de las mayores fortunas del planeta. Al menos, ninguna aparece en la última lista de millonarios elaborada por segundo año consecutivo por The Financial Times. O sea, que el hombre, sólo el hombre, vuelve a ser el culpable de que la pena avance y nos quedemos sin oxígeno en el mundo. Se necesitan cultivadores de autenticidad. Sólo ellos pueden reanimarnos y sacudirnos el polvo de los complejos. Nos apena que los socios de ZP estén contra la Hispanidad. O sea contra la fiesta de España, contra nosotros mismos. Lo de una/grande y libre es ya historia pasada. Ahora es más bien muchas/en bonsái y atadas. Es lo propio de una generación sumisa, prisionera a los poderes. Lo desdichado del asunto es que ya no hay poetas en ninguna senda, de aquellos que salían a tomar el cielo para entregarlo al cautivo, al que gritaba ¡ay! en un portal.

La sociedad actual, caracterizada por una mentalidad aborregada y carente de sentido de la trascendencia, anda perdida y en soledad por muchos planes de sensibilización que nos oferten para que nos enganchemos todos a Internet. Quizás lo hacen para tenernos entretenidos. Cuidadín, cuidadín... Olvidamos, o quieren que nos olvidemos, que es difícil dar paso en esta vida, sin dejarse atrapar por la estela del amor. Pero frente con frente. O sea, tendiendo la mano de corazón a tantos necesitados que nos abordan en las esquinas de cualquier calle. ¿Por qué no se pone más empeño en controlar el tráfico de carne humana y en mermar la pobreza? ¿No será porque a los ricos les interesa que haya pobres? Casi siempre son los pobres los que tienen que venderse para saciar los instintos de una sociedad opulenta, enviciada como nunca, que hace bien poco por frenar este tipo de desmanes.

La televisión que tantas horas nos absorbe siembra sus buenas dosis de violencia. La cultura de la violencia parece que nos seduce.Por cierto, un psicólogo criminalista Vicente Garrido, alerta de que los jóvenes han perdido, de forma general, el desarrollo del "compromiso moral" y del "sentimiento de culpa", algo que produce unos efectos "catastróficos" en aquellos que tienen dificultades para un buen aprendizaje de los principios morales y puede convertirlos en personas violentas y maltratadoras. Más de lo mismo, de lo que ya sabemos. También la cultura de la muerte seduce al cine. Sólo hay que ver los últimos premios de la Academia Hollywood, alzándose con el triunfo películas que promueven un punto de vista favorable de la eutanasia. Para colmo de males, sumémosle el afán excesivo de un Ministerio, el de educación, dispuesto a educarnos a nuestros propios hijos bajo el hechizo de una ley que relega a los padres de su verdadero compromiso.

Vuelvo al principio, al de no hay camino para poder respirar tranquilo. Lo cruel de todo este abecedario cretino (el lingüista Zapatero dice tener ocho fórmulas distintas -toma bizcocho- para definir a Cataluña) que nos quieren imponer en el pensamiento, a toda vela, es el de aceptarlo. Yo me niego. La vida es algo a realizarse que vale la pena vivir, muy distinta a la pasajera guinda de alcanzar la fama, la riqueza o el placer. Todo ello implica, en la práctica diaria, la necesidad de revisar nuestras mentalidades de toda manipulación, actitudes y conductas, y ampliar nuestros horizontes, comprometiéndonos a compartir más y a fijarnos menos en las diferencias. No olvidemos que el problema migratorio, el tan polémico efecto llamada, surge por la tremenda desigualdad económica que separa las naciones, gobierne quien gobierne. Lo mismo sucede con la violencia de género, brota de la falta de principios. En consecuencia, bajo el romance de la pena está toda la ciudadanía. En el fondo, todos somos un poco autores y cómplices. Y en la forma, un mucho pasivos. Claro, unos en mayor medida que otros.

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