por ANTONIO GUERRA LEÓN
Los que de alguna forma, y de vez en cuando, intentamos la provechosa aventura, aunque siempre temeraria, de escribir un relato más o menos largo en forma de cuento, novela o memorias, llevando nuestras íntimas andanzas por esos mundos de Dios para que un día, ¡si hay suerte!, aterricen en las librerías, no dejamos de sentir, pese a haber publicado con anterioridad, un raro y feliz escalofrío cuando recibimos en nuestras manos las tapas de la obra todavía dando fuerte olor a tinta de imprenta, manojo de hojas numeradas, casi olvidadas hasta hace poco en la complicada selva de la burocracia económica de la publicación literaria que padecemos los canarios.
Por lo tanto surge un sentimiento muy hondo del creador como paridor de ideas, peripecias y personajes., Eso sí, sin creernos Cervantes ni García Lorca, ¡ni que estuviéramos locos!, con modestia infinita, pero sintiéndonos llenos de felicidad a nuestra avanzada edad por sentirnos útiles y creativos, y para, poder transmitir nuestras experiencias, si les apetece, a las nuevas generaciones.
Pero atención a los jóvenes. Si hay una actitud en la vida que merece un respeto en todos los sentidos es la del lector en cualquier faceta, pues en los libros está todo el conocimiento y la sabiduría. Hasta en el texto más infame siempre habrá alguna línea positiva que nos hará reflexionar un poco, al igual que pasa con un reloj parado que sin querer siempre acierta dos veces al día con la hora exacta.
Trabajo o entretenimiento que nos reconcilia con la vida, sobre todo a los mayores que nos dedicamos, no como profesionales, a escribir de vez en cuando para descargar nuestras ocurrencias aporreando sin piedad el teclado de un viejo ordenador comprado a plazos hace años; trasto que aguanta con total estoicismo en su fuerte baluarte tecnológico variadas ideas y muchas tonterías cuando te enfrentas, cara a cara, con el folio en blanco de la pantalla que te pregunta con parpadeante insistencia. ¡A ver, gilipollas, qué mamarrachada se te va a ocurrir hoy!
Todo lo anterior surge porque estos días va salir a la calle un nuevo libro nuestro titulado «EL CABRERO», relato costumbrista que nos acerca a la vida rural de nuestra tierra, a sus gentes y, cómo no, a las muchas dificultades que tienen que padecer nuestros campesinos para sobrevivir -tanto los agricultores como los ganaderos- entre montañas de corrupción, cemento y hierro. La historia está contada por un buen cabrero, de aquellos antiguos de nuestra tierra, a unos niños inquietos y curiosos. Libro que D.M. pretendemos presentar en es esa isla conejera algún día si conseguimos que los pocos y buenos vientos que ayudan a los creadores y artistas soplen un poco a favor de la cultura canaria.