La respuesta está en el viento (III)

Diego Arrebola Gómez
7 de noviembre de 2014 (12:55 CET)

Siguiendo con los artículos en los que estoy dando mi opinión sobre la regeneración democrática hoy voy a hablar de la corrupción. La definición que de ella da el diccionario de la RAE, en el aspecto que nos interesa, es la siguiente: "En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores". 

Ya sabemos que corrupción ha habido siempre y en todos los lugares, porque la ambición que la provoca es inherente al ser humano, pero es su grado lo que la eleva a que se convierta en tema de preocupación. Pienso que en España hace ya bastante tiempo que se encendió el piloto rojo. Hay por tanto un componente siempre individual de la corrupción que es responsabilidad de cada uno. Pero nadie está obligado a corromperse, ni siquiera en los regímenes que más la favorecen como son las dictaduras o los totalitarismos. También influye el caldo de cultivo en que se desarrolla. El mismo individuo actuará de forma diferente si el ambiente es propicio y de fácil impunidad o si presenta muchas dificultades y su impunidad es complicada. Este es el aspecto que más nos tiene que preocupar y ver si se toman las medidas en el sentido adecuado.

Lo primero que creo debemos hacer, visto el punto en el que nos encontramos, es reflexionar seriamente y hacer una especie de catarsis individual y colectiva. Todos debemos asumir responsabilidades, aunque sean ínfimas, y vista la situación ver qué se puede hacer.

El principal problema de la corrupción es que nos roban a todos los que pagamos impuestos de forma correcta, pero tiene muchos más efectos: indignación, desconfianza en las instituciones y en sus representantes, mala imagen del país, disminución de la calidad de vida, o sentimientos de rechazo del grupo, ya que entiendo que la única forma de crear una idea de país es a través de la solidaridad.

Llegado al punto en que estamos lo lógico hubiera sido que los políticos, al menos los que tienen en su mano remediar la situación, hubieran tomado las medidas adecuadas para dejarla reducida al mínimo. Ya sabemos que no ha sido así. Y no ha sido por falta de no conocer los remedios a la enfermedad. Hay montón de soluciones que son del conocimiento de todos, porque entre otras cosas son de puro sentido común, tanto en el aspecto preventivo de normativa, como en el punitivo. Pero está claro que no hay voluntad de hacerlo porque no debe interesar. Siguen con su política de siempre de palabrerío y cartón piedra porque nos siguen tomando por menores de edad.

¿Y entonces cuál es la solución? A mi modo de ver la principal, que es una medicina que sirve para muchos males, es más democracia y democracia auténtica. Hemos llegado a esta situación porque el pueblo no es soberano. Delegamos nuestra soberanía a unos políticos que nos presentaron unos programas que después incumplieron en gran parte. Se apoderaron de ella para gobernar de forma diferente a lo que nos dijeron, y no contentos con eso se convirtieron en mayordomos de los grupos económicos que dictan de verdad lo que hay que hacer. Ese es el origen de muchos males, como el de los recortes y de la política económica que estamos sufriendo. El que tiene el poder es el que diseña la política que le interesa.

Necesitamos regeneración auténtica, no cambios cosméticos. Gente dispuesta a concebir la política como acción de servicio al pueblo y no de aprovechamiento propio. Gente dispuesta a resolver los problemas y no a pensar que el marketing le va a dar solución a todo. La corrupción se puede dejar en mínimos si se quiere, sólo es necesario voluntad de hacerlo. Los remedios se conocen, falta la decisión de aplicarlos.

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