La deuda: el denominador de nuestra libertad

Diego Arrebola Gómez
14 de enero de 2015 (09:51 CET)

Todos sabemos que en el sistema capitalista la libertad e independencia individual es directamente proporcional a nuestra riqueza. Es cierto que las democracias que se rigen por este modelo recogen en sus leyes derechos y libertades formales, pero a la hora de descender a la realidad, si chocan con los intereses económicos, se convierten en papel mojado. Sírvanos como ejemplo el derecho a la vivienda, al trabajo o a la salud con los casos recientes de hepatitis C. El capitalismo sabe mucho de la dependencia económica e intenta atraparnos en ella a través del consumismo, para así hacernos más sumisos. Es cierto que esto no funciona como la ley de la gravedad, pero son pocos los que escapan a esta red.

Pasemos ahora del plano individual al colectivo y nos daremos cuenta que la mayoría de nuestras instituciones están atrapadas en la red de la deuda y, por lo tanto, lo está todo el país. Lo que responde a un mismo funcionamiento, sin embargo, tiene diferencias muy claras. En el plano individual yo decido y yo asumo las consecuencias. En el colectivo, no. Unos deciden, sin consultarme, y las consecuencias las afrontamos todos. Entiendo que nos podamos endeudar por motivos vitales, pero ese no es el caso. La mayoría de nuestra deuda es posible que sea debida a la mala administración: infraestructuras innecesarias (aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, trenes AVE perfectamente prescindibles), mala gestión de las cajas, sueldos disparatados de algunos cargos políticos y administrativos, engorde de la administración para atender al clientelismo, campañas partidistas encubiertas con dinero público, obras faraónicas sin utilidad, despilfarro y el no va más de la corrupción pura y dura.

Ante este panorama nos podemos hacer varias preguntas:

¿Es imprescindible endeudarse? En mi opinión no, porque la mayoría de la deuda no es debida a la satisfacción de las necesidades de la ciudadanía, sino el resultado de una mala gestión. Es más, creo que por ley debería estar prohibido endeudarse, norma que ya se recoge para algunos organismos públicos. Solo se permitiría en casos de extrema necesidad debidamente justificada, curar la hepatitis C, por ejemplo. Si estuviera prohibido endeudarse es posible que a nuestros gobernantes se le activase alguna neurona del cerebro y aprendieran a  ajustarse a los recursos y no despilfarrar, y en el sumun de la inteligencia, a los legisladores se les ocurriera modificar la ley tributaria y sacar los recursos de quienes los poseen. Por otra parte, ganaríamos nuestra libertad e independencia económica y no estaríamos gobernados por los mercados.

¿Por qué nos endeudamos? Aparte de la mala gestión y de los intereses de quienes nos llevan a esta situación, endeudarse es nocivo para la mayoría, pero muy rentable para otros, entre ellos, posiblemente, para los mismos que toman la decisión de endeudarnos. El capitalismo especulativo se asegura así una fuente estable y segura de ingresos y a tener un poder que influye en las políticas sin presentarse a las elecciones. Además, para más inri, puede perjudicarte con tu mismo dinero y, sin quererlo, somos cómplices de todo ello. Tu depósito puede servir para fastidiarte, sólo a expensas de lo que el banco quiera hacer con él. No sé por qué no existe una banca pública donde tuviéramos la garantía de que mi dinero va a la economía real y no a la especulativa.

¿No hay más remedio que pagar la deuda? Lo único que no tiene remedio en esta vida es la muerte, todo lo que depende de la voluntad humana se puede hacer en un sentido o en otro. Lógicamente cada decisión tendrá sus ventajas y sus inconvenientes.

Es evidente que un país serio ha de afrontar sus compromisos, pero no estaría mal hacer una auditoría y poner en claro de dónde viene todo lo que debemos. Si de verdad hubiera transparencia y supiéramos cómo ha sido el endeudamiento a más de uno, que defienden su pago, se le podrían quitar las ganas. (Jamás, claro está, para los que supone un beneficio). Por otra parte, hay muchas soluciones menos onerosas que lo que el pensamiento económico dominante dice que hay que hacer a machamartillo. Sólo hay que recurrir a la historia para ver que en muchas ocasiones no se ha pagado, se ha perdonado, se ha hecho una quita, se ha renegociado, etc.

Claro que ahora vendrá un sesudo economista, se pondrá su disfraz de experto con sus gafas del pensamiento único y del capitalismo neoliberal, empezará a usar sus extranjerismos, acrónimos y cifras para marearnos y dirá que yo soy un ignorante que no sabe nada de economía. Pero la ciencia y el conocimiento es una forma más de dominio que se arroga la clase dominante para permanecer en el poder. A todos esos economistas yo lo único que puedo decirles es que estoy harto de escucharlos, hablar con tanto discurso de expertos, pero sin dar soluciones que eliminen el sufrimiento de tantas personas. Claro que cuando el enfermo se cure por sí mismo, porque fabricará sus anticuerpos, vendrán a decirnos que lo salvaron sus medidas. La economía tiene mucho de sentido común y eso es lo que no quieren, prefieren el sentido propio, el de ellos, el que denominan camino único, para hacernos pasar a todos por el aro.

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