"Viene una nube y abre un esperanza
entre los corazones cereales;
pero su sombra, o pasa o se diluye
y la esperanza pasa a desconsuelo."
Miguel Hernández.
El agua es un bien común esencial que hasta hace muy poco se creía superabundante y por lo tanto se gastaba sin medida, especialmente en las naciones ricas industrializadas. Pero, en realidad, el agua es un recurso relativamente escaso y en algunas partes del mundo extremadamente escaso. A medida que la población mundial crece y su nivel de vida se eleva gradualmente, la demanda de agua, y por tanto su coste, no tienen más remedio que aumentar.
Mientras la población se cuadruplica en un siglo, el consumo de agua se multiplica por nueve y los consumos industriales por cuarenta. La cantidad de agua en la tierra es limitada, no renovable y, sobre todo, mal repartida en el tiempo y en el espacio. Por ello el hombre está condenado a almacenar, bombear, reciclar o desalinizar cantidades cada vez mayores de agua.
Una buena gestión del agua comienza con la mejora del uso de la tierra y de las cuencas. Un aspecto importante es recoger el agua que se pierde, especialmente la de las lluvias torrenciales que producen erosión, corrimientos de tierras y efectos similares. La creación de una cobertura vegetal adecuada, sistemas de irrigación y pequeños estanques interconectados posibilita el almacenamiento en previsión de estaciones secas y previene la erosión. Otro aspecto es la racionalización del tratamiento del agua, reciclando cuando sea posible y siempre intentando evitar el desaprovechamiento.
Hoy en día, la agricultura gasta alrededor de los dos tercios del agua consumida en todo el mundo. La irrigación, junto a los fertilizantes y plaguicidas, son los medios principales para aumentar la productividad agraria y, en las últimas décadas, han sido los instrumentos para la lucha contra el hambre en el Tercer Mundo. En menos de un siglo, los millones de hectáreas en regadío existentes en el mundo se han quintuplicado.
Los ingenieros genéticos que trabajan en botánica están desarrollando variedades de cultivos que precisan menos agua. También están desarrollando plantas que toleran el agua salada. Otros aspectos importantes son la sustitución de plaguicidas químicos por técnicas biológicas de control de parásitos, y la aplicación de fertilizantes directamente en las raíces de la planta, lo cual reduce la contaminación del agua.
Las necesidades de la industria también pueden racionalizarse. Las fábricas de papel y curtidurías consumen y contaminan enormes cantidades de agua, así como las industrias químicas, textiles y metalúrgicas, pero cada vez es más factible pensar soluciones que requieren mucho menos agua. En todas las actividades industriales habría que atender dos aspectos fundamentales. En primer lugar, la purificación del agua usada para aprovecharla en otros usos (la calidad del agua tratada viene en gran parte determinada por los costes de purificación); además, habría que crear ciclos cerrados, donde el agua utilizada se recupere en el mismo proceso industrial.
Por último, pueden tomarse medidas para racionalizar la utilización sanitaria y doméstica del agua, por ejemplo, instalando cisternas de acción alterna en los cuartos de baño, o grifos que se accionan sólo cuando una persona coloca las manos debajo. El punto principal es la educación de los ciudadanos.
El precio del agua debe reflejar cada vez más su escasez y los costes reales de su suministro. Este aumento del precio podría aceptarse mejor si parte del dinero se utilizase para pagar inversiones destinadas a limitar el consumo.
En conclusión, existen importantes estrategias para emprender acciones de todo tipo que no requieren decisiones traumáticas ni inversiones desorbitadas, sino un conjunto organizado e integrado de iniciativas a menudo intangibles que implican la participación de los ciudadanos. Y como dijo el poeta: "Mira qué pena: / cantara rota / nunca se llena".
Francisco Arias Solis