VICTOR CORCOBA HERRERO
Sin caer en la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero con la mirada puesta en el latido de todos los ciudadanos, reconocerán conmigo que la prosperidad económica es muy desigual.Para muchos (bastantes) la vida hace tiempo que dejó de tener el perfume de lo cálido, y se sienten mal (muy mal) en este mundo de ordinarios sin alma. Donde no hay corazón jamás puede haber cohesión social. Y sí, además, la ética se destierra del diario vivir, será un amor imposible pedir un uso racional de recursos y protección del medio ambiente.
Los tiempos que se avecinan, aunque se nos diga lo contrario, son más bien sombríos. Pienso que el Estado social precisa de unos mecanismos más eficaces en transparenciapara que el reparto de las migajas llegue realmente al necesitado. Este modelo económico actual está gastado y desgastado, genera esclavitud y derroche, deshumaniza e insolidariza, al basarlo todo en una galopante lucha a muerte productiva.Tampoco lo educativo ayuda para nada al cambio social, la sociedad continua siendo excluyente en vez de incluyente, piramidal sobremanera. Lo de tanto tienes, tanto vales, es un fiel reflejo actual.
La mentira todo lo tapa. Pero, al final, todo se destapa y se sabe. Cuando te da de lleno, resulta que funcionan muy pocos planes. Que aprieta el calor, se ponen los aires acondicionados en movimiento y se produce el apagón de luz, porque el plan energético es tercermundista. Que hay pueblos que se quedan sin agua, pues que miren al cielo y esperen sentados, porque el plan hidrológico es puro sueño. Que la contaminación acústica nos pone de los nervios, la resignación es lo único que nos queda frente al descarado incumplimiento de normas. Ni marchan los procedimientos, ni se presta atención a tantos frentes abiertos que crean alarma social, ni se buscan formas de consenso que nos lleven al bien de la generalidad, ni se considera prioritario un orden económico y social más justo.
Ante el diluvio de emboscadas que no sólo atentan contra la vida, sino que quieren destruir también todos los valores humanos, bajo un estado de confusión y engaño, nos queda poner al descubierto a los malvados para que sea el pueblo soberano quien ponga a cada cual en su sitio. La atmósfera de mentiras que nos meten por los ojos, a presión, mediante publicidades engañosas, determinados poderes fácticos, resulta funesta para la misma democracia, puesto que socava la confianza, corrompe el tejido de las relaciones sociales y, por ende, la solidaridad. Cuando no se siente el calor de los corazones, la vida se vuelve un infierno y no hay pastilla que nos eleve el ánimo.