por VÍCTOR CORCOBA HERRERO
Decía el malogrado Federico que el más terrible de los sentimientos era el sentimiento de tener la esperanza perdida. La juventud parece caminar en esta desapacible atmósfera. Lo reafirma una encuesta reciente. El sentimiento mayoritario de los jóvenes hacia la política es la desconfianza. Así lo confiesa el cincuenta y un por ciento de los encuestados. El treinta y cinco por ciento dice tener indiferencia y el veintinueve, aburrimiento. De hecho, un setenta y ocho por ciento está convencido de que lo que mueve a los políticos es fundamentalmente su interés personal. No son pocos los que piensan que vivir de la política es el mayor de los negocios, la mejor carrera para acrecentar la hacienda. Conclusión que debiera preocupar y ocupar a los servidores de lo público en demostrar con el ejemplo (la mejor forma de enseñar) la falsedad de la etiqueta y que su cometido es gobernar para el bien común.
Eso de perder las esperanzas de un futuro mejor ha desaparecido para muchos de nuestros chavales. Cuestión grave y asunto que debiera hacernos reflexionar. Se repliegan desencantados sobre un presente que con frecuencia se presenta oscuro, ante el temor de un futuro todavía más incierto. Muchos de ellos que pertenecen a familias desestructuradas, optan por tomar la calle del medio, y son captados por comunidades sectarias. El mundo de las sectas es el gran refugio y, a la vez, su gran frustración, puesto que no llegan a satisfacer las necesidades de persona querida por lo que se es, vínculo y ambiente que sólo se puede dar en el ámbito del hogar. Otros acaban, también, enganchándose al mundo de las adicciones alcohólicas, drogas y demás sustancias. Con estas tensiones y tentaciones, como que la ilusión se desvanece y gana posiciones una cultura de irracionalismo dominante que todo lo soluciona con la practica de salvajadas masivas.
Hace tiempo que las luces rojas de la falta de humanidad nos envían sus mensajes de atención. Todo parece moverse, desde que la politización ha tomado (o robado) el poder a todos los poderes, en el terreno de la decepción, en el fango de la desesperanza, en el clima del pesimismo, en el desaliento a raudales, en el desánimo de haber perdido el valor a la palabra dada, en el abatimiento de un corazón herido, en el desconsuelo de un mundo nublado y en la tristeza de un cielo avinagrado. Con este panorama, las consultas de los psicólogos no dan abasto para atender a jóvenes y menos jóvenes. Las estadísticas así lo confirman. Profesionales que tienen que hacer de padres/madres, de médicos, de curas y hasta de brujos.
Me entristece pensar sobremanera que los jóvenes desconfíen de todo. Ya nos lo advirtió Unamuno, a propósito de la suspicacia, cuando expresó: Tu desconfianza me inquieta y tu silencio me ofende. En vista de lo cual, se me ocurre la propuesta de acercar la política más a la poética y la bestialidad más al humanismo. Es urgente, para ello, enseñar a pensar, en la escuela, en los institutos, en los colegios y en la universidad. Se precisa para tener el valor de reaccionar frente a la aceptación tácita de un pensamiento politizado que esclaviza, impregnado de intereses donde todo se compra y se vende, capitalizado a un tener para poder más. La política como rentabilidad de votos, para tener asegurado el sillón como medio para enriquecerse, es muy culpable de este tufillo irrespirable, de diagnósticos falsos y remedios equivocados.