El intelectual como punta de lanza

David Toledo NIz
4 de mayo de 2015 (10:05 CET)

Hablaba con un amigo hace dos días sobre el sistema imperante en la actualidad, sobre cómo es o debería ser el sistema y la implantación del mismo.

Reflexionaba sobre lo que se ha ido convirtiendo nuestro sistema, un sistema comandado por tecnócratas, burócratas y demás gestores. No es que no sean capaces, que lo son y mucho, pero un sistema determina el funcionamiento de un Estado. Aquí llegaba mi reflexión sobre el reparo que a los políticos de profesión les da ante el asalto que el intelectual puede llevar a cabo. 

La diferencia entre un político y un intelectual es que el político tiene la obligación de observar la arena política y de adaptarse a ella, mientras que el intelectual debe ser capaz de reinventarla, ser capaz incluso de cambiar el curso de los ríos, de romper las fronteras. El trabajo intelectual pasa por sentar las bases para hacer otra cartografía del territorio. 

No se trata de que el intelectual y el político sean figuras contradictorias, dos categorías morales opuestas. Los políticos, malos; los intelectuales, buenos. 

Hay muchos intelectuales que han ejercido la política y muchos políticos que han sido intelectuales reconocidos. Por ejemplo, Gramsci, Charles Darwin, Karl Marx, Friedrich Engels, Nietzsche, Max Weber, Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno y un sinfín de ellos. 

Los tiempos han cambiado, todo se ha convertido en una mercancía. El poder se ha especializado, ha tendido sus tentáculos por todos lados. La unión entre el poder político, el financiero y el mediático ha construido castillos impermeables en los que resulta casi imposible entrar o salir vivo.

Luis García Montero dice acertadamente: "Así que los que más y mejor piensan (permitan esta primaria definición de intelectual) se ven impelidos a dar el salto a la cosa pública". La política alcanza su momento de mayor descrédito cuando las ventanas ya no se abren a la calle, "pero cuando eso ocurre, cuando todo parece tóxico y corrupto, por más que esas ventanas se abran es el aire de la calle el que ya no quiere entrar en el Parlamento, y ya lo decía Machado: "Ojo con los que os dicen que no os metáis en política, eso es que quieren hacer la política por vosotros".

 De manera que los intelectuales, forman un colectivo social que intenta educar a la población, proponer debates y explicar ciertos fenómenos. En este sentido, se sostiene que los intelectuales tienen el deber moral de fomentar la reflexión crítica.

Sentado en el "sofá del poder" las cosas las ven diferentes, pero lo interesante es determinar si los intelectuales aportarán características distintas de las del político profesional. La telaraña de la política se ha deteriorado, y los intelectuales deben aportar ideas nuevas, limpias, impregnar el sistema de un aire fresco, un viento alisio de los que susurran nuestro paraíso, llamado Canarias.  Si no hay pensamiento y reflexión no hay política.

En la Enciclopedia soviética de tiempos de Stalin se definía a los intelectuales de forma peyorativa como "quienes dudan", pero la duda es la reflexión, el meditar, elegir, cuestionarse".

Por David Toledo Niz, estudiante de Ciencia Política y de la Administración.

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