Amenazamos en nuestro último escrito, con seguir informando sobre la tragedia popular y religiosa que supuso el incendio del Palacio Obispal de La Laguna. Pero antes, aprovechamos este espacio ofrecido por La Voz a este modesto cronista, para que las autoridades religiosas, y de las otras, de Lanzarote y Fuerteventura, por ser en este caso las islas más próximas, sin son tan amables, cosa que dudamos, tengan en cuenta lo sucedido hace unos días en Aguere. Porque, si no, el día menos pensando lo poquito que tenemos de patrimonio en nuestras islas orientales, puede que desaparezca en un santiamén por cualquier fallo humano. Dicho queda. ¡Y, a trabajar gandules!.
Pero sigamos con nuestro relato, todavía, humeantes los restos del viejo palacio de los Salazares, pese al palo de agua que cayó sobre La Laguna la misma noche del incendio, las emociones, controversias, discusiones y declaraciones se han disparado en las calles y tribunas, destacando en esta verborrea callejera y mediatiza, las sonoras, rotundas y contumaces palabras de la Señora Alcaldesa de nuestra ciudad. Doña Ana María Oramos, qué, con su habitual gesto angelical y seráfico que le acompaña siempre en sus especiales comunicaciones con la prensa adicta, proclamó emocionada y tajante a los cuatro vientos canarios qué: "LOS SERVICIOS MUNCIPALES HABÍAN FUNCIONADO CORRECTAMENTE". ¡Joder!. Pues si llegan a fallar, desaparece hasta el mismísimo Cristo de La Laguna, y es que muchos mandamases piensan que los contribuyentes somos, bobos de baba o vendedores de la ONCE.
...Y como simple anécdota, aunque nada importante, debemos de señalar que solo se escaparon del fuego palaciego, unos diminutos peces rojos que habitaban hace tiempo en la fuente central del claustro al amparo de una antiquísima Virgen de Piedra, tal vez, pensamos por ser rojos. Y es que todos somos hijitos de Dios.
Y otra rareza a tener en cuenta, en anteriores sucesos parecidos a este en siglos anteriores y en distintos templos, el más reciente hace 42 años en la Iglesia de San Agustín, siempre, siempre, se salvaron varias piezas importantes como muebles, pinturas y hasta bellas imágenes de las llamas, pero en este caso, y no sabemos por que, o tal vez sí, no quedaron esta vez, sino las blancas cenizas de todo un monumento extraordinario propiedad de todos los canarios, cuyas tristes y solitarias defensas ante la adversidad, solamente, fueron unos simples y anticuados extintores manuales para vergüenza de todos los responsables de nuestro patrimonio, y en especial de la Iglesia su inquilina de siempre. Así nos luce el pelo.
Antonio Guerra León