"CUENTA ATRÁS"

Estábamos en medio de un crudo otoño, uno más parecido al invierno. Esa mañana me había despertado con un sueño extraño, que al recordar, conseguía erizarme la piel. Mi abuela era quien lo protagonizaba, pero intentaba mostrarme ...

19 de noviembre de 2009 (13:40 CET)

Estábamos en medio de un crudo otoño, uno más parecido al invierno. Esa mañana me había despertado con un sueño extraño, que al recordar, conseguía erizarme la piel. Mi abuela era quien lo protagonizaba, pero intentaba mostrarme algo, en un cajón o un lugar de la casa, en aquel sitio se encontraba unos papeles. Parecía triste, pero a la vez satisfecha de poder comunicármelos. No entendía a qué se debía aquel sueño o pesadilla, pero no quería recordarlo. Mi abuela era la persona en la que yo siempre me apoyaba, éramos prácticamente almas gemelas, la quería muchísimo y cuando nos abandonó, provocó en mí un desencadenamiento de tristeza y de encierro en mí misma, sólo hace unos meses he conseguido recuperarme.

La ventana abierta comenzó a silbar por el fuerte viento gélido de fuera. Me levanté congelada de la cama para cerrarla, aunque la fuerza del fenómeno se resistió a la primera.

Al mirar el despertador eran sólo las siete de la mañana, estaba desvelada y el sueño, sabía, no iba a volver. Me puse una chaqueta y me dirigí hacia la cocina a por un vaso de leche caliente o cualquier otra cosa que encontrara.

Mis padres aún dormían. La casa así parecía un escenario de película, así era como me sentía, extraña y desconcertada a pesar de conocerme al dedillo cada baldosa de la casa. Me tomé una taza de té, pero cuando me decidía a volver a mi cuarto, vi que aquel escenario me resultaba conocido, pero de una manera diferente. Mi mirada recorrió la amplia cocina hasta que se posó definitivamente en un cajón de la vitrina de cristal

Me dirigí hacia ella, como si fuera un zombi. Al abrir el cajón encontré un montón de fotos de mi madre de cuando era pequeña y otros papeles, pero seguí buscado, revolviéndolo todo en aquel pequeño lugar, involuntariamente. Hasta que di con algo nuevo. El cajón tenía un doble fondo, y al levantarlo, vi un cuaderno aparentemente escrito y muy gordo. Lo levanté. Era su letra.

Volví de inmediato a mi ser y me di cuenta de lo que aquel sueño significaba. No podía decir que me agradara aquella sensación, pero ahora no me podía desentender de ello. Cogí el cuaderno, acomodé los papeles y me dirigí de nuevo a mi cuarto sin hacer ruido.

Una vez en mi cama, volvía al calor de las mantas y con un mínimo aliento abrí cuidadosamente aquel cuaderno. Eran sus memorias, las de toda su vida. Tarde mucho cavilando la idea de leerlo u olvidarme de aquel asunto, hojeando rápidamente una página para luego cerrarla instantáneamente. Al final me decidí y comencé la lectura:

"Aún recuerdo cuando lo conocí, aquel baile en el que la dulce música hizo que nuestras máscaras se encontraran sin saber siquiera quiénes éramos, enredados en una aureola de magnetismo y deseo. Sí, su máscara, esa máscara que más allá del disfraz no conseguí quitar, un engaño, un baile que terminó, pero el juego seguía y se prolongó en los cincuenta años que llevábamos casados. Era un ilusionista, todo cuanto hacía, su mirada, sus besos y su forma de ser eran en cada momento tan perfectos? No había ni un solo fallo en aquel embustero.

Yo era tan hermosa, deseada por todos, envidiada? Ingenua. Sobre todo ingenua. Me enamoré perdidamente de él, lo estuve desde aquel momento en el que al compás de la música nuestras manos se juntaron.

Cómo imaginarlo, cómo pensar que no sería así por siempre jamás, si todos los cuentos y todos los sueños acababan con un final feliz, con el príncipe y la princesa unidos incondicionalmente.

Aun así, no deseaba, aunque quisiera, volver atrás. Estaba atrapada en sus palabras, justo donde él me quería tener.

Tantos años juntos, jóvenes, en un noviazgo hipnótico, hasta que llego el día de la boda, las cosas continuaban igual, todo era tan mágico. La noche de bodas, y todas las que le siguieron a ésta. Llegó un día en que fuimos a visitar a una de mis hermanas, ella estaba reunida con mucha más gente que yo no conocía, era una especie de fiesta. Alcohol, cigarros y demasiada gente.

Yo lo noté, noté como miraba a aquella joven de cabellos negros y como ella tonteaba con él en el otro lado de la sala con la aceituna que había en su copa, su pareja no estaba lejos, pero ella seguía jugando con sus labios, moviéndose al ritmo de la música, sensual, a través del humo de la habitación. Él se levantó, ni siquiera preocupado por si le observaba y se dirigió hacia ella. Comenzaron a bailar, pero luego no se detuvieron ahí, siguieron escaleras arriba, manteniendo la mirada.

Yo sentada en un sillón, rechazaba a todo caballero que se acercaba insinuándose. Fue la primera imagen de desencanto que tuve. Deseaba no poder creerlo, no quería hacerlo. Él me amaba únicamente a mí, sólo a mí, no podía desear a alguien inferior y decidir traicionarme.

Las citas a escondidas continuaron, yo estaba muy al tanto de aquello. En una ocasión, pensé en decírselo, pero ya era tarde, estaba embarazada. Si le decía algo en aquel momento, romperíamos y entonces yo me quedaría sola y con un hijo, y entonces ¿Quién cuidaría de nosotros? Yo no podía trabajar, estaba mal visto en las mujeres adineradas en aquel entonces y tampoco podría volver con mis padres. Debía mantener la compostura e intentar ignorar la situación.

Tener nuestro primer hijo fue una alegría ante aquella amargura, se habían terminado las citas y ahora sólo estaba pendiente de mí, excepto por las horas en las que trabajaba. Yo sabía que me quería sólo a mí, ahora podía sentirlo y me sentía realmente culpable por haberlo acusado de algo tan impuro.

Le planchaba, lavaba, cuidaba del niño, le hacia la comida y le complacía, realizaba todas las tareas para ser la esposa ejemplar, para hacerle feliz?"

La puerta de la habitación de mis padres se abrió y el ruido me sacó de la lectura, me metí en la cama, cerré el libro y me hice la dormida.

Mi mente no dejaba de pensar en la lectura, era una situación que se me iba de las manos. Mi abuela había estado sufriendo todos esos años junto al que había sido el amor de su vida. No podía dejar de sacar dolorosas conclusiones. Además no hacía más que preguntarme, si mi madre estaba al tanto de esa información que yo poseía.

Uno de mis padres entró para ver si aún seguía dormida. No pude ver quién era. Cuando estuve segura de que no había peligro abrí el libro, respiré hondo y continué.

"?para yo poder ser feliz. Javier iba creciendo, cada vez era más guapo y más alto y necesitaba tanto a su padre? A cambio éste estaba todo el día en su trabajo, y cuando estaba en casa sólo discutíamos, no quería que saliera de casa, solamente deseaba poseerme, aunque estuviéramos delante del niño, y cuando me negaba, comenzaba a dar portazos y soltar blasfemias por toda la casa, a veces estaba tan fuera de sí mismo que me asustaba, pensaba que si no me levantaba una mano, era porque el niño estaba delante, aunque ya ni siquiera se preocupaba por cuidar de su hijo.

Las peleas, los gritos, cada vez se hacían más intensos, cada vez que quería salir debía decirle a dónde iba y cuándo volvería, pero yo sabía que lo hacía porque me amaba, sino, no se preocuparía tanto por mí. Sentía que yo no era lo bastante buena para él, que no le merecía y por eso cada vez intentaba ser más perfecta que cualquier otra mujer. Me arreglaba para él y algunas noches dejaba al niño a cargo de la vecina, pero ya nada le complacía.

Se volvía agresivo con el niño. Javier era un adolescente y cada vez que le pedía dinero o cada vez que quería salir le gritaba y le decía que no había dinero para aquellas tonterías de la pubertad, a pesar de que su cargo de empresario nos proporcionaba dinero de sobra, dinero que él no compartía y que nos negaba en todo momento.

A medida que pasaba el tiempo las cosas empeoraban.

Una vez, llegó un viejo amigo de mi juventud a la ciudad y pasó a hacerme una visita, seguía siendo tan guapo como entonces y aún estaba enamorado de mí, le rompí el corazón cuando me casé. Iba a quedarse en la ciudad un tiempo, así que me visitaba a menudo, salíamos a tomar algo y adoraba a mi hijo, tanto como éste a Daniel.

Estábamos creando unos vínculos muy cercanos, pero un día mi marido se enteró de nuestra relación, la que confundió con algo muy diferente. Reaccionó como un loco, echó a Daniel de la casa, pero no sin antes dejarle con un ojo morado, empezó a tirar adornos y a hacerme preguntas acerca de todo cuanto habíamos hecho, ese día me enfadé realmente con él, pero después, se arrodilló ante mí, me puso una rosa en el pelo y me besó de una manera tan dulce, hizo todo para disculparse, y mi enfado desapareció.

Daniel viajaba por todo el mundo y su razón de volver había sido encontrarme. Tras ver cómo era mi matrimonio, me hizo una propuesta: fugarme con él. Una propuesta que rechacé rotundamente, me ofendió realmente cuando insinuó que Alberto no me quería, que me maltrataba y que no me merecía. Era yo quien no le merecía a él. Porque después de todo lo que había hecho por esta unión, yo lo que hacía era despreciarlo e irme con alguien que quería separarnos. Me dio unos días de plazo pero yo no quise volver a verle.

Después de esta situación cada vez que iba una persona a la casa, fuera hombre o mujer, Alberto debía estar presente, me gustaba que cuidara de mí de esa manera. Pero se comportaba de una forma vergonzosa y ofendía a veces a mis invitados con sus bromas pesadas o comentarios, hasta que finalmente aquella gente acabó por desaparecer.

Javier se había marchado de casa gracias a todo el abuso psicológico que había sufrido en su infancia y cuando venía a vernos continuaban las peleas, Alberto tenía celos hasta de su propio hijo, le asustaba que nos quedáramos solos mucho tiempo y ya no me dejaba ir ni a la peluquería. Si quería hacer algo debía mentirle.

En una ocasión, Javier me llevó a tomar algo fuera. Comenzó a decirme que ya con mi edad no podía seguir así, que le había permitido hacer cuanto quiso conmigo, que no era su esclava, que estaba abusando de mí.

Sus palabras me dolían, pero sabía que tenía tanta razón?

El paso del tiempo a su lado había sido un completo infierno, se le había caído por fin aquella máscara, y a mí, aquella venda que tenía en los ojos. La venda que me tapaba la visión de la verdad, o quizás de mi verdad. El daño que estaba causándome, pero que intentaba no verlo, no quería aceptar nada de aquello, mi vida era perfecta, así lo había querido siempre, así me habían educado.

Todas las veces que me había pedido perdón, yo le perdonaba, pero volvía a repetirlo una y otra vez, siempre había sido así y aun así yo volvía a perdonarlo, con la esperanza de que cambiara, sólo por conservar el amor que sabía que ya había desaparecido. El hecho de privarme de mi vida social, de mi realización como mujer, de apartarme del mundo para encerrarme en el suyo propio, manipulándome continuamente con falsas enfermedades o promesas. Cuando conseguí darme cuenta de todo aquello, había sido tarde. Al volver a casa aquella tarde, sabía que no iba a poder escapar de él, no ahora, porque a pesar de todo, le seguía amando, como en aquel baile, donde la música hizo que nuestras máscaras se encontraran, enredados en una aureola de magnetismo y deseo."

El libro nunca llegué a enseñárselo a nadie, mi abuela había querido que lo mantuviera sólo entre ella y yo, y fue lo que hice. A medida que pasó el tiempo y fui acumulando mis propias experiencias, me vi agradecida de no pasar por lo mismo, manteniéndome alerta y cautelosa frente a las situaciones, sin embargo veía que a mi alrededor una inmensa cantidad de mujeres sufrían lo mismo que había sufrido ella e incluso, llegaban a situaciones mucho peores, por ello una parte de mi vida la dediqué a formar un taller para mujeres maltratadas y a fundar un servicio de ayuda para las mismas.

Llamé a esta Fundación "Cuenta Atrás", en nombre de mi abuela y sus memorias, en nombre de todas aquellas que mueren día a día en manos de hombres que no quieren a las mujeres.

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