Cantó íntimo, como siempre lo hace, y la Cueva de los Verdes se rindió ante Joan Manuel Serrat. Un escenario privilegiado sobre el que sonaron los cantares atemporales del cantautor catalán. Por Machado, por Penélope o sobre el Mediterráneo, y un largo etcétera de recuerdos hechos de canción, completaron el recital.
A través del eco volcánico de la cueva, Serrat se comunicó desde el interior de su música con todos los presentes. Desde su voz inconfundible y la cadencia poética de sus canciones, prestó sus palabras y conversó en boca de su guitarra con el público.
Fue un recital desnudo, de esencia. Dos sillas, una solitaria mesa y una copa de cava. La noche fue un brindis continuo. A veces, Ricard Millares, hablaba también desde las teclas de su piano, fuerte pero tranquilo, con Serrat para que todos lo escucharan. Se acompañaron en la sinceridad de lo que casi fue magia bajo las entrañas de fuego de la tierra.
