Tiene miedo. Se le nota en sus ojos, en su forma nerviosa de mover las manos. Las revisiones han salido bien, son esperanzadoras. Pero no se fía. Sabe que ha ganado media batalla al cáncer, pero no ha vencido. Todavía no. Cuando pasen cinco años, el tiempo de riesgo, podrá decir "yo superé la enfermedad". De momento, guarda cautela.
Tiene 43 años, es lanzaroteña, y prefiere no revelar su nombre. "No quiero ir por ahí con un cartel que diga que tengo cáncer", justifica. Pese a que el tratamiento ha funcionado y que ahora se encuentra con fuerzas y mucho más animada, su enfermedad le sigue asustando. "Yo sigo teniendo cáncer", afirma con lágrimas en los ojos.
Su vida sufrió un duro revés en mayo de 2008. Estaba acostada cuando, de repente, se notó un bulto en el pecho. "Me asusté y pedí hora para el médico de cabecera". Y ahí comenzó todo. Le realizaron unas pruebas y le operaron. Tras analizar los resultados vieron que se trataba de un tumor maligno. "Primero me dijeron que era benigno, pero después el pronóstico cambió. Tenía cáncer de mama", relata.
Sin antecedentes en la familia y con un absoluto desconocimiento de la enfermedad, a esta conejera el mundo se le derrumbó. "Me lo tomé fatal, porque relacioné el cáncer con la muerte, directamente. No pensé que había solución, sólo cuánto tiempo me quedaba de vida, era lo único que tenía en mente".
Esta mujer comenzó el tratamiento, primero en el Hospital José Molina Orosa y, posteriormente, en el Negrín, en Gran Canaria. Fue duro y cuando lo recuerda no puede evitar llorar. "Había días que no me levantaba de la cama, porque no podía", indica esta lanzaroteña, que sufrió los efectos secundarios de la quimioterapia. "Lo pasé fatal, me sentó muy mal. No dominaba el cuerpo, me quedé muy débil. Se me cayó el pelo y eso es un trauma para la mujer. No tenía fuerzas, no podía salir a la calle porque tenía vómitos. Era horrible".
Incertidumbre
Porque el cáncer es para esta mujer "una tortura". "La incertidumbre de esperar cinco años para saber si estás curada o no es horrible". Pero todo el proceso de la quimioterapia ya ha pasado. Ahora ya no tiene que asistir todos los días a un hospital para recibir tratamiento. "Terminé el 23 de diciembre. Ahora tengo revisiones cada seis meses", señala esta mujer, que reconoce que está viviendo "una especie de renacimiento". "Te cambia el chip de la vida. Ahora tengo más ganas de hacer cosas, valoro todo de otra manera", añade, al tiempo que indica que su marido y su familia han sido "vitales" para plantarle cara al cáncer.
Este tiempo encarándose a la enfermedad le ha servido para sorprenderse a sí misma de cómo, en momentos límites, se sacan fuerzas de donde sea. "Se lucha intentando olvidar el tema. Por ejemplo, yo empecé a trabajar en enero, podría haber estado más tiempo de baja, pero quería estar activa para tener la mente activa". Ahora se encuentra bien, sale a caminar, hace deporte y realiza una serie de actividades recomendadas por el médico.
Pero no sólo se sienta ante una grabadora para relatar su particular batalla contra el cáncer. Esta mujer quiere exigir mejoras para los enfermos oncológicos, quiere exigir una serie de mínimos en su asistencia. Y, su primera petición es que exista un psicólogo en planta en el Hospital José Molina Orosa. "Es esencial porque a uno se le viene el mundo abajo cuando se entera de una noticia de este tipo", defiende.
Una prioridad
"El psicólogo te enseña a vivir con la enfermedad, a saber llevarla, te explica cómo llevar tu ritmo de vida para que no te hundas. Es un apoyo esencial para el enfermo y para los familiares. Te deberían, por lo menos, ofrecer esta posibilidad. A mí me lo propusieron en el Negríny ese mismo día tenía al experto en mi habitación. En Lanzarote se necesita un psicólogo con urgencia", exige.
En su caso, encontró esta ayuda continuada en la Asociación de Familias Oncohematológicas de Lanzarote (AFOL), donde le atendió una psicóloga que le sirvió "para seguir adelante", porque "no levantaba cabeza". "Lo pasé muy mal, no sabía por dónde tirar. Me ayudó a llevar mi vida con la enfermedad de la mejor manera posible y a ser feliz", explica.
Y también tiene palabras para agradecer la labor de Afol. "Están contigo en los procesos de quimioterapia y radioterapia e intentan que sea un tiempo de ocio. Tienen una serie de actividades a las que te puedes apuntar, como clases de baile, de música, de guitarra o de timple. Muchas cosas donde intentas evadirte", señala. Pero, además, en el seno de esta asociación, la lanzaroteña de 43 años ha conocido a personas con su mismo problema. "Es muy importante hablar con los demás y compartir tus miedos".
Pero sus exigencias todavía van más allá. "Necesitamos en Lanzarote, también, un acelerador lineal, una máquina para recibir radioterapia". Esta mujer no se explica cómo esta isla sigue sin contar con este aparato, pese a la cantidad de pacientes oncológicos que hay en Lanzarote. El problema es que los enfermos no pueden recibir radioterapia por lo que tienen que viajar diariamente a Las Palmas, a su hospital de referencia, a recibir el tratamiento.
Viajes al Negrín
La Seguridad Social costea los billetes de avión del enfermo y de su acompañante, pero no así el transporte desde el aeropuerto hasta el hospital, ni la comida. "Al final te sale por una pasta", indica la conejera. Sus viajes a Gran Canaria comenzaron a finales de noviembre de 2008 y terminaron 20 días después. Iba y venía todos los días, con su enfermedad a cuestas. Un día le acompañaba su marido, otro alguna hermana y otro una amiga, la que pudiera. "Era un jaleo", relata llorando.
Madrugaba todos los días. Se montaba en un coche. Llegaba al aeropuerto, de ahí al hospital. Recibía el tratamiento y, tras la sesión, de vuelta a Lanzarote. "Era cansadísimo. Intentaba pensar que todos los días iba a trabajar. Que me levantaba por las mañanas, me preparaba y por la tarde volvía a casa", explica.
Su vida dio un giro en mayo de 2008. Se enfrentó con una enfermedad temible. Pensó que no iba a poder con ella, pero de momento está demostrando lo contrario y está batallando con éxito.