IMÁGENES: Cedidas por Elza y Nick Wagner al Centro de Datos
Llegaron a Lanzarote en la Navidad de 1969. Subieron al Risco y se asomaron al Mirador del Río. De pronto, vieron bajo sus pies, en el horizonte, una isla "desierta". "Queríamos llegar allí fuera como fuera", relata Elza Wagner, que junto a su marido Nick, se "enamoró" de La Graciosa. Tanto es así, que tras visitarla por primera vez, decidieron convertirla en su lugar de vacaciones. Y como su otra pasión era la fotografía, captaron la vida y las costumbres de La Graciosa en los años 60. Hace diez años fijaron su residencia allí.
Este matrimonio, natural de Munich, ha cedido al Centro de Datos del Cabildo un total de 1.600 diapositivas y varias grabaciones en súper 8 mm de La Graciosa. Esta alemana, ya casi graciosera, asegura que hace un tiempo ella y su marido pensaron en recopilar todas las fotos que habían tomado en el pasado. "Cuando vimos la iniciativa del Cabildo, supimos que era mejor cederles todas las imágenes, porque ellos iban a hacer una divulgación mucho mayor", indica.
Elza recuerda la primera vez que pisó La Graciosa. "Fuimos a Órzola a coger el barco. Entonces no era nada fácil, todo estaba lleno de dificultades. Al final conseguimos llegar y nos enamoramos nada más verla", relata esta mujer, que asegura que en los años 60 la embarcación que cubría la ruta Lanzarote-La Graciosa, en ocasiones, "ni pasaba". "En esos años, mi marido y yo esperábamos el barco desde las 8 de la mañana hasta la noche, porque a veces no venía. Incluso, en alguna ocasión, nos llevó un pescador de la zona", cuenta.
Tras esta primera visita, el matrimonio decidió venir cada seis meses, cada vez que tenían tiempo. "Es una pasión muy profunda la que sentimos hacia La Graciosa. No lo puedo explicar, pero es un enamoramiento", afirma. "Esta isla es especial, no es un paraíso porque el paraíso sólo está en el cielo, pero aquí me siento bien y no quiero estar en ningún otro lugar", indica.
Cuando esta pareja llegó a La Graciosa, la isla era "un desierto absoluto". "Había muchísima arena, nos impresionó mucho. La población era muy sencilla. No había ni agua, ni luz, pero sí tenían aljibes. La gente no tenía Seguridad Social, los mayores dependían de los más jóvenes, los hombres pasaban la mayor parte del tiempo fuera, pescando, y en la isla se quedaban todo el día las mujeres, los niños y los ancianos", relata Elza Wagner, que asegura que la vida "era muy difícil".
Una vida "arcaica"
Pese a todas estas dificultades, este matrimonio se enamoró de la isla "arcaica y natural". "Hemos aprendido que las cosas que tenemos en el llamado mundo civilizado no las necesitamos, son superfluas y se puede vivir sin ellas", indica esta mujer.
La visión que Elza tiene ahora de La Graciosa es diferente, pero sigue siendo "muy buena". Asegura que ya no es una "vida arcaica" y, aunque éste era uno de los motivos por los que el matrimonio decidió viajar en decenas de ocasiones a la octava isla canaria, reconoce que la población vive ahora "mejor". "Hemos vivido cómo la gente ha perdido sus barcos, cuando se acabó la pesca. Hemos vivido la evolución de un pueblo pescador a una isla turística", señala.
Y en este punto, es donde Elza y su marido Nick creen que es necesario "un control". "El turismo no es malo para la isla ni para la población. Mucha gente ya no tiene que salir porque ha conseguido un trabajo aquí. Pero hay que controlarlo, porque los humanos somos depredadores. Si llegamos en grandes masas, podemos estropearlo todo y es malísimo. La isla es muy sensible y hay que controlar la llegada de turistas", confía Elza, que asegura que se quedará a vivir el resto de sus días en la octava isla canaria.
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