El efecto Moisés

por CARLOS ESPINOLas investigaciones sobre los atentados de Londres apuntan a que los autores de la masacre fueron terroristas suicidas. Al parecer, los cuatro responden a un perfil en apariencia desconcertante, ...

13 de julio de 2005 (21:14 CET)

por CARLOS ESPINO

Las investigaciones sobre los atentados de Londres apuntan a que los autores de la masacre fueron terroristas suicidas. Al parecer, los cuatro responden a un perfil en apariencia desconcertante, pues son jóvenes que, hasta el momento de los atentados, parecían llevar una vida completamente normal.

Ciudadanía británica, entre diecinueve y treinta años, profesiones como dependiente en un fish and chips, y aficiones tan normales y tan inglesas como el cricket. Vamos, que con ese perfil a ver que se logra parando y exigiendo la documentación a cualquier individuo con pinta magrebí.

Volviendo al perfil de los supuestos suicidas, las tertulias radiofónicas que han tocado este asunto se han centrado en gran medida en destacar la sorpresa que produce que ciudadanos ingleses, aparentemente normales, se conviertan en terroristas.

Al parecer, el único perfil que encaja con la visión que a priori se tiene del terrorista tipo, exige que éste proceda directamente de un campo de refugiados palestino, o provenga directamente de un remoto poblado afgano en el que, preferiblemente, se ocupara de cuidar el ganado.

Cuando se piensa así, se ignora, o al menos no se valora, el que podríamos convenir en denominar el «efecto Moisés».

Repasando la historia sagrada, o recordando los Diez Mandamientos de Charlton Heston, Moisés no era, tampoco, el «típico israelita». Mientras sus hermanos se deslomaban fabricando ladrillos de adobe y paja, sometidos a la tiranía de los egipcios, Moisés disfrutaba de una posición privilegiada.

La burbuja de bienestar que rodeaba a Moisés se quebró en una ocasión que vio a un capataz maltratar a un israelita. Su indignación le llevó a herir gravemente al capataz egipcio, por lo que hubo de huir de la ira del Faraón.

Esa es, con el preciso aggiornamiento, y sin que aparezca ninguna zarza ardiente en el relato, la historia que subyace tras estos «sorprendentes» terroristas.

Si hay algo en lo que coinciden las historias que se han ido conociendo de la mayor parte de los jóvenes que desde una posición de cierto privilegio han pasado al mundo radical, es en la existencia de un momento de cambio brutal.

Las atrocidades cometidas en Bosnia o en Chechenia, junto con la enquistada situación de los palestinos y, ya por último, la guerra de Irak, incluyendo las torturas de Abu Ghraib, han sacudido a muchos jóvenes que han redescubierto su herencia racial o religiosa, adquiriendo un grado de compromiso en ocasiones mayor que el de las víctimas reales.

¿Justificaciones para sus acciones? Ninguna. Nunca la barbarie puede ser justificada. Sin embargo, no cabe la menor duda de que deben ser conocidas en profundidad las razones que motivan la sinrazón que se pretende combatir.

La seguridad colectiva, la de todos, depende en gran medida de la capacidad de entender las causas que motivan las agresiones. Es la única forma de combatirlas.

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