Opinión

"La vida era un baile"

El amor verdadero es quitarle el tiempo al "para siempre". 

Hacerlo transmutar. 

Respetar sus tiempos.

Cuando dos grandes personas, con corazones más enormes aún, deciden que no están hechos el uno para el otro, (aunque todo un mundo haya construido sus cimientos idílicos sobre la expectativa romántica del amor en ellos) es ahí  cuando  se accede a otro nivel de crecimiento, valentía y madurez.

La realidad de la vida no es amar al amor de tu vida todos los días de tu vida.  Eso es imposible.  Somos seres emocionales y ello conlleva altibajos, falta de motivación, falta de pasión y viceversa. En bucle. Como la vida. 

Lo cierto es que no existen las vidas lineales de contínuo éxtasis romántico.  Ese con el que Disney se forró. 

La Dirección General de Realismo del Ministerio del Sentido Común  debería impulsar ( por Ley) la obligatoriedad de que todas las películas infantiles y contenidos audiovisuales y publicitarios que verán nuestros hij@s, empiecen  con una alerta que diga: "Y no vivieron felices para siempre ni comieron perdices toda la vida. Duró hasta que no siguieron disfrutando de la comida"

La cultura del desamor nos ha inculcado la obligación de lidiar con la tragedia y el drama, cuando al final todo forma parte de la naturalidad y el respeto por la evolución. Porque  la fidelidad de un ser HUMANO siempre se la debería rendir a su evolución. 

Sara y Iker nos vuelven a enamorar con su forma de hacer las cosas. Como ya lo hicieron en aquel Mundial que ganó España con el gol de Iniesta y la espontaneidad de aquel beso.

Allí había pasión y amor. Y ayer vimos respeto y otra forma de amor.

Válidos los dos.

Porque la vida no es perfecta, es real. Y la realidad es que las personas se enamoran y se desenamoran.

También. 

Se llama bien querer y cuesta mucho amor propio, generosidad y sentido común conseguirlo.

Nada en esta vida es para siempre. Ni nosotr@s mism@s lo somos.

Y eso está bien. 

Gracias Sara. Gracias Iker. 

Por recordarnos que la vida era un baile.